«Infiltrados»

The Departed (2006) / Director: Martin Scorsese / Guión: William Monahan / Intérpretes: Leonardo Di Caprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Mark Wahlberg, Martin Sheen, Vera Farmiga, Ray Winstone, Alec Baldwin.

«Creo que esta película expresa mi estado de ánimo, y también mi ira, ante el estado de las cosas, las actitudes de los gobernantes y la angustia desesperada post 11 de septiembre» – Martin Scorsese.

Mientras escribo estas líneas, aún resuenan en mi cabeza los ecos de esa lección cinematográfica que se titula Infiltrados. No es fácil reflejar por escrito el inmenso talento que un Martin Scorsese en plena forma vierte en este vibrante y poliédrico thriller urbano que lleva hasta las últimas consecuencias los conceptos de la paranoia, la conspiración o el engaño. La difusa y quebrantable frontera entre los dos lados de la ley, representados por la policía y el hampa criminal, y la imposibilidad de asegurar la auténtica identidad de los personajes, que pululan en ambos frentes fingiendo y siendo parte de la farsa, perfilan este viaje de no retorno, de no redención, a través de la ambigüedad moral y la traición.

Nadie conoce a nadie. Todos mienten. Nada es lo que parece. La amenaza nos acecha en nuestra casa o a la vuelta de la esquina. La confianza es una quimera. La psicosis engendrada a raíz del 11 de septiembre se contagia y nadie está a salvo. Un policía, Billy Costigan (Leonardo Di Caprio), infiltrado en la mafia irlandesa de Boston con el fin de reunir las pruebas para detener al gran capo, Frank Costello (Jack Nicholson), y Colin Sullivan (Matt Damon), cercano colaborador del mafioso e infiltrado como inspector, son los dos «topos» que pivotan en torno a la misma figura, la de un diablo cuya sombra es muy alargada. Porque Costello es el detonante de la perdición de estos hombres atrapados en un maremágnum de violencia incontenible que arrastra sus almas al infierno. Porque caminar por el alambre, tentar a la suerte, bordear el precipicio… conlleva consecuencias.

Scorsese maneja el tempo narrativo con maestría, cogiéndonos de la nuca y concediendo poco espacio para el respiro. Edifica y desarrolla la trama, repleta de giros, con una claridad sobresaliente, de manera que combina las historias de Costigan y Sullivan mostrándolas por separado y, llegado cierto momento, las conecta paralelamente al crescendo dramático que tiene lugar en su adrenalínica última hora. Como si de un mecanismo de relojería se tratase, el pulso narrativo de Scorsese es arrollador, furioso, perfecto, y consigue que el magnífico guión fluya con ferocidad para no dejar títere con cabeza en su trágica, deprimente y desencantada exploración de las miserias humanas.

«Hay violencia de casi connotaciones absurdas porque hay mucho de absurdo en estar vivo», afirma el director. El público de la sala ríe en determinados instantes dominados por la violencia, especialmente cuando se produce un inesperado (¿y esperpéntico?) rosario de muertes en la recta final, sesgando vidas mediante un estilo seco, cortante, recurriendo a un hiperrealismo que nos incomoda por su crudeza.

Di Caprio se pone a las órdenes del cineasta italoamericano por tercera vez consecutiva y parece haber sustituido a De Niro como actor fetiche. Su interpretación es intachable, al igual que las de Matt Damon, muy posiblemente en el mejor papel de su carrera, y Jack Nicholson, encarnando un rol de cierto histrionismo que le viene como anillo al dedo. Los secundarios, por su parte, encabezados por Vera Farmiga, Martin Sheen, Mark Wahlberg, Ray Winstone y Alec Baldwin, también rinden a un nivel espléndido. Y es que todo el reparto, sin excepción, funciona al son de la batuta con calculada precisión.

Desde Munich, la obra maestra de Steven Spielberg, no había sentido la placentera sensación de estar encogido en la butaca, de no poder permitirme el lujo de apartar la vista de la pantalla. Aquí no hay marcha atrás. La salvación está lejos. Seamos conscientes de la cruda realidad: en un mundo caótico, en proceso de desplome y sin moral, las ratas han salido de las cloacas para campar a sus anchas. El plano final resume, de un plumazo, esas dos horas y media de cine en estado puro que nos devuelven al mejor Marty.

Valoración (0 a 5): 4,5