«Pelts» [Masters of Horror]

 

Capítulo 6: «Pelts», de Dario Argento

Vistos los seis primeros capítulos de la segunda temporada de Masters (???) of Horror, y por lo tanto ya en el ecuador de las trece entregas, se me ocurre formular las siguientes preguntas: ¿Hasta dónde caerá el listón? ¿Es posible seguir avanzando por esta cuesta abajo, sin frenos y sin que nadie lo remedie? ¿Habrá un límite a la degradación de una serie que mantuvo el tipo, en general, durante la primera temporada?

Dario Argento, que dirigió el notable episodio Jenifer, correspondiente a la season 1, era una de mis mayores esperanzas (junto a Joe Dante, que será el próximo en pasar por juicio sumarísimo) para enderezar el errático rumbo, pero Pelts demuestra que él también ha caído en las garras de la mediocridad. Y es que, desde un principio, uno arquea la ceja en un rictus de desconfianza cuando averigua que el argumento hace referencia a las pieles de unos mapaches robados y cruelmente ejecutados que ejercen un influjo sobrenatural, impulsando a los personajes a matar al prójimo o a automutilarse de la manera más brutal y sangrienta posible. El protagonista de turno, Jake (Meat Loaf), es un vendedor de pieles agresivo y sin escrúpulos cuyo único objetivo es enriquecerse para conquistar a una prostituta. Y su oportunidad aparece cuando encuentra las pieles malditas, con las que confecciona un flamante abrigo…

Si la dirección es tan impersonal que la presencia de Argento pasa desapercibida, el guión, por su parte, es de lo más disparatado, pues al esperpento de la risible e ínfima historia que cuenta de manera apresurada y superficial (¿qué hay del origen de los animalitos?) hay que añadir el hecho de que se decante, sin disimulo alguno y a la mínima ocasión, por el desnudo y el gore (excesivo y hasta inverosímil) sin necesitar demasiadas excusas para ello. Da la impresión de que todo está edificado y dirigido a un fin último: ofrecer un escenario teñido de hemoglobina y testigo de un buen número de atroces actos violentos. Nada más importa. Y, claro, cuando no existe un decente armazón argumental y narrativo que sostenga un festín de estas características, uno se encuentra en una pueril tesitura que puede ser afrontada de dos maneras: Cachondearse de lo que sucede y tomarlo como una gamberrada o, en cambio, asistir con estupefacción a la poca vergüenza de sus responsables.

Que nadie espere una reflexión acerca del sacrificio de animales para obtener su preciada piel (tampoco lo pido, ojo). Lo que tenéis que esperar, más bien, es un despiporre sin pies ni cabeza que da su merecido, en forma de maldición, a los odiosos personajes y que alcanza su máxima expresión en un final divertido por su ridiculez.

Para olvidar.